Medio centenar de personas de la aldea palestina Zeita Jammain disfrutó de un día de barco y playa gracias a que la ONG israelí Mujeres del Mar intercedió para conseguir los permisos para entrar en Israel.

“Es verdad que hay niños que no sienten la ocupación todos los días, pero aquellos que viven en áreas próximas a asentamientos o a puestos militares como en Hebrón, donde tienen que cruzarlos cada día para ir al colegio, padecen un sensación continua de estrés y de incertidumbre”, explica Genevieve Boutin, representante del Fondo de la ONU para la infancia (Unicef) en Palestina.
Organizaciones pro derechos humanos como B’Tselem (The Israeli Information Center for Human Rights in the Occupied Territories) critican la escasa libertad de movimiento de la que disfrutan los residentes palestinos a causa, entre otros obstáculos, de un sistema “arbitrario y nada transparente”, según un informe de noviembre de 2017 de esta organización, que les obliga a solicitar con antelación un permiso para “trabajar, recibir atención médica o visitar a un familiar” en territorio israelí, autorización que muchas veces les es denegada.
Ese azaroso sistema de permisos, junto a una maraña de más de un centenar de puestos de control militares, les impide no solo cruzar a Israel y disfrutar de algo tan simple y terapéutico como el mar, sino también desplazarse libremente dentro de Cisjordania o entrar y salir de la maltratada Franja de Gaza.
“Una vez, un chico de uno de los grupos me dijo que desde el tejado de su casa podía ver el agua y las estrellas y que, por alguna razón, las estrellas estaban más cerca”, recuerda la israelí Riki Shaked-Trainin, miembro de la ONG Mujeres del Mar (Min el Bahar, en árabe), gracias a la que, cada verano, unos 1.200 palestinos de Cisjordania cumplen el sueño de bañarse en el Mediterráneo.
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